Ellos saben sin saber, que la danza los cura y los alimenta. Les da la fuerza y el coraje necesarios para aguantar lo inaguantable.... y seguir vivos y sonrientes, altivos como sus venerables Viejos Abuelos.
Los caracoles marinos suenan y se sobreponen al subido de los veloces autos que pasan por las alturas. Los grandes tambores llaman a la danza y los masehuales se acercan en formación cerrada al pequeño kiosco, que ha sido transformado por la fuerza genética de la tradición y la imaginación, en la base superior de un Cu o pirámide. En las pequeñas escaleras se ha puesto la ofrenda y el copal se quema. Esta atávica costumbre de venerar la Tierra, a quien primero se le pide permiso y se agradece a los cuatro puntos cardinales. En la ofrenda no faltan las tortillas y los frijoles, así como fotografías desesperadas de lo que en la nostalgia podría ser México.
A final de cuentas, en el conocimiento silencioso de nuestros Viejos Abuelos, la razón importa muy poco. En efecto, la docta y filuda racionalidad cartesiana, no funciona con nuestra gente y con nuestra cultura. Aquí y allá, todo se hace por el costumbre . No se necesita pensarlo, sino SENTIRLO.
Así que los modernos danzantes del Aztlán, inician su danza en círculos concéntricos. El huehue y los teponachtlis suenan con fervor guerrero. Las plumas de exóticas aves, de nuevo empiezan a volar en el aire, como si los danzantes se convirtieran en aves voladoras y con sus pies, trazaran extraños y secretos pasos de poder, que sólo La Madre Tierra comprende, siente y agradece.
No importa la edad o el sexo. Todos los danzantes poco a poco van siendo atrapados por una energía que sube a través de la planta de sus pies y en forma espiral, como círculos iridiscentes de energía, llegan al corazón y a la cabeza, para estallar en el aire y elevarse hasta el alto cielo a través de sus bellísimos tocados de plumas de colores. ¡Esa es la magia de la danza de los concheros!
A pesar de los pesares; de la modernidad, el malinchismo y la ignorancia, de una u otra forma, sigue viva la presencia de la cultura de nuestros Viejos Abuelos. Esta cultura generosa y amorosa, que nos da todo lo que somos y que a pesar de nuestro desprecio, siguen esperando paciente, el momento en que nosotros la descubramos en el fondo de nuestro corazón y en los más elevados sentimientos.
Veo a esta gente danzar y me nace una alegría interior y se fortalece mi confianza en nuestro pueblo. Tanto ellos como nosotros estamos dormidos y ciegos. No vemos la esencia de nuestra cultura, solo miramos sus manifestaciones superficiales....por encima, en la superficie nada más.
Esta por iniciar el amanecer del Anáhuac y el Sol saldrá para todos los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos, y será tan fuerte su luz que lograra que nuestros colonizados ojos se abran a la verdad y fundamentalmente, a su mensaje espiritual.
Guillermo Marín
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