Todas para él habían sido fáciles, él les cantaba y era como un canto hipnótico que las sometía a sus deseos. Cada una se sentía única, incluso ella. La diferencia era que ella se recataba en los momentos menos pensados. Él enloqueció por ella.
Ella era dos años mayor que él, así que mintió y disminuyó su edad un año. Él pensó que ella no aceptaría a un chico menor, así que se aumentó la edad dos años. Comenzaron su relación cuando ambos tenían veintiún años.
Después de tres años de relación, en donde ella se recataba en los momentos menos pensados, él continuaba siendo un encantador y ahora bien posicionado joven, así que no tenía planes.
Un día ella se mudó.
Era un 14 de Febrero de 1971, cuando a él no le pareció que ella se hubiera mudado, así que compró una medalla, grabó la mitad de su nombre en el reverso y de camino a la lejana casa de ella, él le propuso matrimonio.
Ellos se casaron en Noviembre y al mes siguiente, el día 18, vistieron de gala ante un lujoso altar. A él solo le falto su padre ese día, tres meses antes había muerto y aún tenía el recuerdo del cuerpo tendido. En su despedida de soltero, él lloró a su padre y bebió hasta no poder más. Casi no llega al casamiento.
No hubo noche de bodas, los muebles de su casa llegaron entre un pestañeo de realidad y el gran día, así que él tuvo prisa por descargar su nueva vida y darle una gran sorpresa a ella. La descarga tuvo consecuencias, y en su luna de miel, él se recataba en los momentos menos pensados.
Una niña nació en agosto del siguiente año, y así se descubrió que en cuanto firmaron, una niña se gestó. La luna de miel había sido un respiro de todo el arduo mes anterior.
Eran felices.
Ellos comenzaron a reunirse con parejas amigas, casi todas con hijos, los cuales eran la compañía de sus ya dos hijas. Ya había tres medallas.
Él seguía siendo un romántico, pero nunca un romántico exclusivo, así que ella se dedicó a sus hijas y a cuidar a su madre desahuciada.
Él volvió a cantarle al oído y gestaron a su tercera hija, diez años después de la primera. Él esperaba un varón, pero amó tener tres hijas. Y por ellas movió su mundo.
Los años pasaron y ellos se convirtieron en confidentes. Supieron todo el uno del otro, hasta que ella ya no quiso saber más, y volvieron a ser marido y mujer.
Él enfermó y ella lo cuidó. Ella desesperó y él la tranquilizó. Habían sido la mejor pareja de baile, y bailando se curaron el uno al otro.
Estaban en paz y alegres. Tomaban helado todos lo domingos en la plaza. Seguían caminando juntos.
Ambos sabían la verdadera edad del otro para entonces, a pesar de actas y credenciales falsas. Pero seguían diciendo que eran de la misma edad.
Él enfermó. Ellas lo cuidaron, pero el ya había recorrido todos los caminos que le tocaba recorrer.
Él había sido el más alegre, pero un día entristeció y lloró. Hubiera querido tener tres meses más, y llevar a un lujoso altar a su tercera hija.
Él tomó lo que le quedaba de tiempo y habló con ellas. Se despidió y luego con un largo suspiro comenzó a dormir.
Él murió un 14 de Febrero de 2009. En la cama donde dejo de dormir estaba, lo que podría ser, un pase de abordaje. La tercera hija se lo entregó y lo despidió.
Sonrieron de alguna forma que Dios entiende.
La medalla de compromiso abandonó el cuello de ella. Literalmente lo abandono. La medalla no apareció por el cuerpo de ella, en ningún cajón, en ningún suelo.
Ella contó la historia de la medalla y lo extraño de su desaparición a los hermanos de él mientras esperaban sus cenizas, cuando lo inesperado sucedió.
Ella sintió como una ramita resbalando por su espalda, volteó, nada.
Ella sintió una flor cayendo por su pecho, se levantó y la medalla apareció a sus pies.
Los hermanos entendieron.
Ella lo entregó a Él.